Por la tarde, aprovechando un descuento del 40% que me duraba hasta ayer, me fui por Broadway... qué agobio, cuánta gente... pero finalmente, pantalones de pana azul marino.
Por la noche me fui de parranda con un grupo que se formó en el albergue: ingleses, argentinos/as, un brasileño, un polaco, un chileno, una francesa y yo. Nos costó llegar: ponerse de acuerdo, desorientación (esta vez no fui yo, me alegro al saber que no soy la única)... Al final el polaco y los ingleses, digo yo que cansados de andar de un lado para el otro lloviendo, se metieron en una taberna irlandesa a beber cerveza. Llegamos al sitio, sólo sabía que era gratis. Fue... no sé cómo fue: nunca pensé que en Nueva York acabaría escuchando-bailando cumbias en un sitio colombiano muy cerca de Times Square con un montón de latinos observando-devorando con la mirada. Fue un rato surrealista.
Me volví en el metro a las 2:30 de la mañana, comprobando que es seguro. Al ser viernes había gente. A dormir, mi última noche en Chelsea.
Consciente de que ocho son los días del viaje entero de mucha gente, yo lo vivo como mi última parte. Lo es. Algo así como si fueran las 7 pm en Bryant Park, o estar cruzando el puente de Brooklyn y viera ya el final, el otro lado.
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